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Mostrando entradas de junio, 2015

Este jueves, relato: Rostros de la Polio.

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     Fue un primer encuentro a dos.  Hablábamos por teléfono para quedar en vernos y tomar una cerveza: -Sí, conozco el sitio -le dije. -Entonces a las cinco -me contestó. A l colgar recordé un detalle de la conversación en la que me insistió que, ninguno de los dos podríamos irnos sin pagar, comentario que no entendí y al que entonces no le di importancia.  Llegué unos minutos antes y le vi llegar, cojeando, con un bastón en el que se apoyaba a cada paso y con el que imprimía a su caminar un ritmo secuencial aprendido a golpe de asumir.  Era la hora en la que el toro y el sol se funden con la mirada y allí estábamos los dos, por primera vez, después de oírnos, leernos y comentarnos desde el más consentido anonimato. Nos pedimos dos cañas, una para cada uno, y disparamos nuestros obuses de letras: Nuevas, por estrenar, por descubrir; con un tono vivo, con un volumen pausado, con la mirada directa, con el ritmo que da la proximidad y el orden que merece la escucha.  Aquel loc

Este jueves, relato: Un nuevo mundo

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    Un nuevo mundo es el nuestro, lleno de materias y vacío de valores. Pero supongo, que diferente a otros nuevos que están por llegar, en los que se multiplicarán las materias y dividirán los valores. En los inventarios que postmorten realizaban los notarios en el siglo XVI, apenas se relacionaban una docena de objetos personales por cada difunto. Hoy, en este nuevo mundo (especialmente el occidental) los ciudadanos almacenamos un promedio de 50 muebles y un total aproximado de 300 objetos personales, cifra que varía al alza, tal y como se generan más y más necesidades. Este nuevo mundo es un inmenso contenedor de materia transformada en desechos, y de valores en riesgo de extinción. Un nuevo mundo que envejece mal y pronto, y que lo único que ha aprendido a hacer es a vomitar miles de millones de objetos, para ser vendidos, usados, revendidos, olvidados y tirados. Todo un caos organizado. Pero el futuro (de nosotros depende) no es tan dramático, podría ser hasta excitante y

Este jueves, relato: Un pecado capital, Soberbia

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    Tomasa fue requerida al centro escolar para recibir la primera protesta seria por el comportamiento de su hijo. La soberbia de Carlos empezaba a preocupar a su maestro que, veía en él, una actitud más grave que las habituales travesuras a las que le tenía acostumbrado. Con tan sólo 12 años, desconocía el significado de la palabra soberbia. Su madre, Tomasa, tampoco lo sabía. -Señora... ¡su hijo es soberbio! -¿Sober... qué? -Soberbio, arrogante, vanidoso... -No entiendo -argumentó Tomasa, haciéndose la despistada. -Pues es muy sencillo, Carlos se cree superior a sus compañeros, es orgulloso y se valora en exceso; y esa soberbia le está enfrentando y distanciando del resto de los alumnos. -Pero... si mi Carlitos, en casa, se porta muy bien: ayuda en la cocina, controla a sus hermanos. ¿Y las notas. qué me dice de las notas... son buenas no? -Sí, pero estos días, me están llegando muchas quejas, ayer por ejemplo, quitó a empujones a un compañero para sentarse él, al lado

La leona herida

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Deambulo por la sabana, perdida, herida y abandonada. La tierra ya no huele a mí. No me acostumbro a caminar viendo alejarse los lomos de mis iguales. Mis fuerzas está mermadas, casi desaparecidas y me cuesta seguir el rastro. No sé qué me espera, de momento sombras e indefensión. He perdido los encantos para encantar y con él el instinto  para acertar en la encrucijada de ese presente –ya pasado- que me asaltó cruel y devastador. Sólo sé que de pronto los olores son más ácidos y rancios. Sigo a nada y persigo a nadie confundiendo horizontes. ¡Un soplo de aire que me reanime! ¡Algo de humedad con la que lamerme las heridas!   Sola en la sabana, preparada para lo peor, lejos de mis amigos y cerca –demasiado- de mis enemigos me enfrento resignada a mi destino. No puedo imaginar que no quede un hilo de vida para mí.

Palabra 23 de 53: Tierra

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La tierra es el espacio escénico de un paso compartido. Siguiendo una idea de Sindel Foto: Paco Alberola