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Este jueves, relato. "Los pies"

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Los pies le olían a demonios. -¿Qué cómo huele un demonio? Mal, muy mal. Los hedores despedidos eran una traición despiadada. Una mezcla de calor sulfuroso y denso aroma mortal. Una muerte asfixiantemente lenta. Imposible huir, te seguía de cerca el insoportable olor amarillo verdoso. Se instalaba en la nariz y torturaba sin piedad. Las pocas veces que se lavaba, en un extraordinario alarde de pereza pasaba por alto esos extremos de su cuerpo. Acumulaba fragancias tan variopintas y dispares que sólo de recordarlo se pecaba con el pensamiento. Las moscas merodeaban como satélites, borrachas y empapadas en aguardiente de animal, cosacos en retirada, abrazadas a los cordones para no perder el paso. Y los pies, abandonados a su suerte, emanaban vapores insoportables que se acentuaban al marchar: "izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda... media vuelta, ¡AR! Más pies sin lavar (y de los otros) entre las sábanas de Gustavo

Héroes de Cabecera. Mercè Rodoreda (XVII)

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Normalmente en las entradas de esta serie que llamo: “Héroes de Cabecera” intento evitar referencias biográficas gratuitas y de fácil localización en otras fuentes, recreo de forma desenfada y escueta los aspectos más desconocidos o anécdotas curiosas en un laborioso ejercicio de documentación. Por esa razón no suelo abundar en fechas o bibliografías, que aún siendo importantes, no dejarían de ser inadecuadas o pretenciosas y sólo añadirían una aportación distante a los detalles más sobresalientes y personales de los homenajeados. Aún así, la vida de estos Dioses de andar por casa, está unida a valores personales extraordinarios, el Creador está íntimamente ligado a su Obra, al margen de su más o menos amplio anecdotario particular.  Este es el caso también, de Mercè Rodoreda, cuyo libro “La Plaza del Diamante” es motivo de más escritos y estudios que los existentes en la biografía de su autora.  Gabriel García Márquez subrayó que: “La plaza del Diamante es, a mi juicio, la