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Mostrando las entradas etiquetadas como relatos

Catatonia robótica

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«Tranquilo, tengo en mis manos tus sueños de esta noche y te aseguro que son inspiradores y reconfortantes. ¡Por fin algo me distancia de la muerte! Te cuento...» Había nacido para no ser nadie ni nada. Las diferentes etiquetas con las que el tiempo iba a ilustrar mi cuerpo dejaban bien clara mi identidad: Androide, robot, asesino, autómata, muñeco, extraterrestre, cósmico, ángel, demonio... Todas ellas se superponían unas a otras como las capas de una cebolla, y todas, y cada una, me mentían como imágenes deformadas en un espejo convexo —o cóncavo que, para los efectos, es lo mismo—. Con el tiempo —tiempo, que no medía ni sentía— y, como proyecto 4.0 por rastrojo, fui portador de los más variados menesteres. Olía a aceite, a circuito, a memoria, a quemado, a ausencia, a oscuro, olía a rancio el día que, sin saber lo que era, perdí la fe, también la esperanza. Compartí anaquel con otros de igual ruido, color, tamaño y abandono. En horizontal, descansando sobre la mesa de acero inoxid

¡Brujas!

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  Brujas Queridas Jane, Sukie y Alexandra: Mucho me alegraré de que al recibo de esta os encontréis bien, yo por aquí bien   G. A. S. (Gracias A Satán) Esta carta es una humilde, pero necesaria petición de ayuda. Las cosas por esta vieja Europa no van bien... la pandemia, ya sabéis. La prima de riesgo ha devaluado ungüentos y pócimas y todo a perdido eficacia para nuestros conjuros. El otro día, sin ir más lejos, receté una mezcla de belladona, mandrágora y ala de mariposa para garantizar el nacimiento de la niña que completaría una “parejita”. La futura mamá me ha denunciado porque tiene quintillizos. La cicuta y los tóxicos están por las nubes, y ya no se puede envenenar a nadie como es debido. El broncista que me hacía los calderos de cobre ha cerrado y con la Tupperware ,   como podéis suponer, no es lo mismo. Los filtros amorosos escasean, bueno... los filtros propiamente dichos no, porque siempre nos quedan los calcetines. ¿Y el amor? ¡Ay el amor! Si os dijera que

Este jueves, relato: La

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  Entre estas cuatro Paredes. Un día, de repente, me di cuenta de que estaba sola; sola y quieta como una roca. Mi espacio vital se limitó a cuatro paredes. Caminaba por el pasillo de mi casa creyendo que ese era el único viaje en el que me sentía acompañada. Buscaba en cada rincón, en cada esquina, en cada ventana la compañía perdida; una minúscula alegría que llevarme al pecho en ese oscuro confinamiento. Miraba, tras detenerme unos segundos, los cuadros colgados en la pared. Cada uno de ellos me llevaba a un lugar y un tiempo diferente, pero todos, a la vez, a la misma persona… a él, a Ramón. El primero, el que está frente a la puerta de entrada, un bodegón con unas piezas de fruta desparramadas por la mesa sobre un mantel arrugado (este nos lo regaló el pintor el día de nuestra boda). El segundo, frente a la puerta del baño (un grabado que compramos en un viaje a Lucca). La acuarela del dormitorio, mi desnudo, sin firmar (regalo de Ramón un Día de san Valentín). Hoy, en pleno a

COT_idianeidades: Mi barrio

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  Tu Barrio. Empiezas a andar, no te puedes perder; conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no existen. Estás en la puerta de la Biblioteca Municipal, perdón, para ti, el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin intención, sin objetivo y pasas por el lugar donde estuvo su puerta principal, sin embargo no es ese detalle el que te viene a la cabeza, lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos que acabaron llamándose «Expósitos»—.  Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que descubras lo que hay. Sé lo que vas a encontrar al doblar una esquina. Echas a andar con las manos en los bolsillos. Es noche. Avanzas y te detienes a cada paso intentando exprimir ese paisaje al que tan acostumbrado estás; esos locales que, con sus puertas cerradas, evidencian una crisis irreversible, y los que quedan abiertos muestran una

Este jueves, relato: Una Nochevieja diferente.

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31 de diciembre de 2020 La habitación era oscura y fría. Un soplo tímido de luz se colaba por aquel enrejado ventanuco cuya única hoja no abría desde hacía años. Nunca, en la cena de Nochevieja, había estado tan solo. Su irreversible estancia en ese cruel entorno jamás le había deparado una noche tan triste e interminable.   Empezó con un viejísimo amontillado de Pedro Ximénez con el que acompañó un salteado agridulce de frutos secos. A continuación le sirvieron unas delicias de morcilla de Burgos con habitas que regó con un potente Pago de Carrovejas —viejo conocido de los barros de Peñafiel—. Siempre le llamó la atención el maridaje que habían impuesto las modas en la restauración, del que nunca había sido partidario; pensó que ahora el ceremonial lo requería. Giró la copa, que movió en círculo viendo como el rojizo caldo se paseaba por el interior del cristal. Buscó, iluso, con la mirada perdida, un cómplice con el que brindar. La Dorada a la sal, fue su tercera elección, guarne

Este jueves, relato: Chocolates

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El sol, todavía sesgado, entra de este a oeste y aún no alcanza el suelo. Las puertas se abren. El mercado empieza a animarse. El público llena los pasillos en busca de la primera delicadeza que echar en su bolsa de la compra. Facundo es el de los chocolates. Todo lo tiene ordenado a lo largo del mostrador y en la vitrina trasera. Es el único vendedor que hace siesta arbitraria e indiscriminada. Su edad y obesidad le producen un sopor que hace que el sueño le venza a cualquier hora del día. Primero se deja caer sobre un banco sin respaldo apoyando la inmensa espalda en la vitrina trasera. Sueña, en segundos, una historia que dura mi­nutos y que le perturba siesta tras siesta: «¡Abre la parada y los chocolates no han llegado!».   El negro siempre llega el primero, tarde pero el primero. Serio y circunspecto. Refunfuña y protesta hasta el aburrimiento. Su primo pequeño, el que es con leche, que siempre le acompaña, no le hace caso. Mejor así. El con pimienta está a punto de

Este jueves, relato: Reuniones

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  Colores para la Navidad .   El primero en llegar fue el rojo, serio, elegante, luminoso; era el responsable de la reunión. También era el más relevante, cabeza visible y portador de emociones y sentimientos, parecía que todo giraba a su alrededor. Cuidadoso y pulcro ordenaba sobre aquella superficie transparente los guiones personalizados que mas tarde repartiría con la precisión de otros años. En segundo lugar llegaron, juntos, el amarillo y el verde. Alegres, vivos y frescos, canturreando por lo bajo algo de una zarzuela que no llegué a reconocer. Ambos con cometidos diferentes: el primero para enlazar, envolver, atar los buenos deseos y proporcionar la fortuna soñada y, el otro, el verde, como soporte o fondo, algo así como la esperanza en forma de espacio escénico donde se sucedían los momentos de más fuerza interpretativa, ambos sabían de la importancia de su papel, aunque sólo fuese un papel secundario. El dorado entró, aún sin haberse cerrado la puerta, vestido de trig

ESte jueves, relato: Monólogos

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  Hoy he despertado con raras vibraciones. El aire transmitía partículas invisibles de inquietud que se sentían como diminutos cristales de nieve golpeando en mi cabeza. ¡Maldito confinamiento! Hasta Pavarotti, mi canario de volar por casa, que todas las mañanas ameniza mi baño con melodías varias, ha quedado mudo y sordo al mismo tiempo. He minimizado la situación achacándola a algún fenómeno esotérico de difícil explicación y me he lanzado al agradable ritual del desayuno que se compone de un par de esplendidas madalenas, un café con leche con una cucharada de azúcar. El verdadero caos ha venido de la mano de lo más próximo: las magdalenas habían endurecido inexplicablemente, la leche, abierta del día anterior, presentaba en su superficie unas sospechosas manchas de color y olor rancio y, el azúcar —porque ponía "AZÚCAR"—, era sal. Algo había en el ambiente que lo hacía indisciplinado, desobediente, raro de cojones. He intentado no perder los nervios. He puesto la telev

Este jueves, relato: Relojes

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  Apunta el día cuando salgo del hotel. Las calles aún están vacías. Mi primer objetivo es comprar un reloj en el centro Apple de la Quinta Avenida. Una hora más tarde, después de traspasar datos, configurar y agendar contactos, comienza mi aventura por la ciudad más frenética del mundo: «Ride the Wave» —«Cabalgar en la cresta de la Ola»—.   Estreno reloj, un Apple Watch Nike de color gris mar revuelto. Una y otra vez me pregunto cuánto de verdad tendrán las excelencias que el empleado ha argumentado en su venta. 9:00h. La alarma me avisa con una agradable vibración en mi muñeca mientras suena Cecilia Krull dibujando en el fondo de la minúscula pantalla un bello y endiablado cielo rojo. La sugerencia digital empieza con una visita a la primera planta del Time Warner Center, la diminuta pantalla confirma una reserva para un completo desayuno en Dean & DeLuca. A la salida paga Apple, o al menos lo parece. 10:30h. Con la manga de mi camisa escondiendo —a propósito— el recién

Este jueves, relato: La muerte

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  La muerte, no muerte. La muerte, anunciada , golpeó de repente. Fue una triste madrugada de sábado. Pensaba que todo era una misma vida; sin embargo, cuando esa parte de mi cuerpo se desprendió del resto, me sentí mutilado. Algo se le había descolgado y, no obstante, seguía caminando. En mi corazón el trozo más grande que me quedaba continuó latiendo. Pensando que en cualquier momento mi descompensación me daría de bruces en el suelo. Estaba falto de equilibrio, sorprendido por la ausencia de entendimiento y por un futuro al que se le aca­baban de extraviar algunos objetivos vitales. Faltaba la refe­rencia, el norte, y el castillo se desbarataba hasta derrumbarse a pedacitos. Caí en redondo. Sabemos que a todos nos toca, pero yo lo había olvi­dado. Somos llamados según una nómina que solo el ene­migo conoce. Mientras se espera el turno, en voz baja, in­ventamos un pasado que a duras penas encaja en nuestro desenfocado presente. Antes de ingresar a este último sector teníamos nomb

Anochecer en Valencia

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                                                       Anochecer en Valencia   El anochecer de Valencia tiene el color del flan. Amarillo tostado que, generosamente, se refleja en las fachadas a medida que el sol cae y amenaza con esconderse entre las montañas del interior tras los picos de la Sierra Calderona. Todavía a unos minutos de desaparecer hasta mañana, el sol mancha las nubes con esa parte tostada sedimentada en el fondo de la flanera que descubre sus sabores concentrados. Dorados que dejan constancia de un día luminoso en cúmulos anaranjados que se resisten a oscurecer. Antes, la tarde dio los azules que buscara Sorolla para manchar el blanco de sus lienzos y que juntos, blancos y azules, acompañarán en una esplendorosa mañana de playa el paseo de Clotilde y su hija. El anochecer en Valencia es solo una excusa para pintar una fiesta de colores vibrantes en un estilo suelto y vigoroso. Un lujo al alcance de pocos. Relato del libro «Tal como eran» (Alfredo Cot) Fo

Este jueves, relato: Objetos

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Objetos. Costura. El local, en principio pequeño, estaba atestado de artículos delicados ordenados en estantes y pequeñas cajas transparentes que dejaban entrever todo tipo de carretes de hilo, cintas de medir, botones, blondas y un sinfín de productos de pasamanería Ella, mientras hablaba, seguía cosiendo, pespunte tras pespunte, hilván tras hilván. Los ojos perseguían la aguja haciéndola coincidir con la tela, primero, y después con la superficie metálica del dedal. Una y otra vez enhebraba la aguja llevándose el hilo a la boca donde lo cortaba con los dientes. Por la noche, solía hacer los encargos de la modista del centro. Eran los momentos de mayor paz y concentración. El silencio de la noche era inspirador, y yo, al fin y a la postre, acabaría durmiendo en unos minutos. Los encargos de la señorita Julia le permitían adentrarse en un universo de lujo; con esas prendas entre sus manos podía soñar, y la noche, para esos sueños, era lo mejor. Con frecuencia me preguntaba qu

Este jueves, relato: Mudanzas

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Primero fue la mudanza. Que si esto no porque esta viejo y esto tampoco porque es de tu madre y esto menos todavía porque está pasado de moda y aquello ni se te ocurra porque a saber cómo ha llegado hasta aquí y esto otro ni pensarlo porque… ¡La mudanza! ¿Qué mudanza?, si la mitad de mis cosas se quedaban perdidas, olvidadas, dilapidadas e irrecuperables para siempre. De esa mudanza o lo que es lo mismo: alevoso atentado o irrespetuoso abuso o irreverente expolio solo quedó el derecho al pataleo más infantil e indefenso que os podáis imaginar. Todo lo suyo cupo, ordenado, en el espacioso contenedor del inmenso camión y lo mío, desordenado, en el irregular y minúsculo capó del coche. Segundo fueron las obras en la nueva casa. Había costado poco y pensamos que, con algo más de inversión, nosotros mismos podríamos restaurarla. Sólo había que sanear algunos tabiques, actualizar la fontanería, barnizar las puertas y ventanas, y que con una mano de pintura, quedaría como nueva —o

Este jueves, relato: Señales mal entendidas.

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Señales mal entendidas. ¡Me guiñó un ojo, el izquierdo! Había soñado y habría pagado por ello; por eso necesité morderme la lengua para confirmar una realidad que podría no serlo. Pero, era el izquierdo. ¿Tendría algún significado ese aparente e insignificante detalle? ¿Encerraría algún mensaje cifrado el hecho de que fuese ese y no el derecho? ¿Estaríamos hablando de amistad o, tal vez, de sexo? ¿Sería suficiente un mordisco en la lengua o quizás debería probar con el fuego de una cerilla en la palma de la mano? Superada la excitante, pero suicida, por exagerada, consecuencia de aquel gesto empecé a plantearme diversas opciones que allanasen tal cuestión: ¿Algún hecho olvidado que justificase ese detalle? ¿Un comportamiento perdido en el tiempo que no recordase? ¿Un atractivo manifiesto que hasta ese momento hubiese permanecido oculto? Por qué el guiño y por qué el izquierdo cuando hasta ese momento, Anna, ni me había dirigido la palabra ni me había sonreído ni había roz

Cuentos de andar por casa: Moisés

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Moisés Imaginar, moldear y acariciar al tiempo que se crea lo desconocido.  Sentir que las manos húmedas toman el barro y perfilan el volumen del deseo.  Modelar sin pausa, extasiado, en un caos de conexión emocional con el elemento natural y lanzar las manos a la aventura de la creación. Los dedos calibran el fondo y se hunden en la superficie inmediata; o hábiles, repican cincelando pliegues, arrugas y arterias, que vivas se adueñan del espacio y del tiempo. Las manos no destruyen, sólo transforman. Indistintamente de la magnitud de la obra y una vez terminada, el artista, convulso, enloquecido por tanta belleza y desatando una cólera contenida, le golpea en la rodilla exigiéndole que hable…  «¿Por qué no me hablas?». Y ante el silencio de la piedra, Miguel Ángel, cae vencido a sus fríos pies. Foto: Alfredo Cot

Cuentos de andar por casa: Oliendo a café

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Oliendo a café Vivo en un octavo. Cada día, el ascensor acude a mi planta con la precisión de un tren de alta velocidad. Las puertas de acero se abren invitándome a entrar a la primera sensación del día: un penetrante aroma a café recién hecho. Se cierran las puertas y comienza la aventura de cada mañana, oler planta por planta intentando adivinar en cuál de ellas es más fuerte el olor a café, y así identificar su origen, ponerle cara a esas manos que tan sabiamente han mezclado, molido y filtrado, hasta conseguir ese cremoso exprés de tan exquisito aroma y sabor.  El descenso es corto, no llega a un par de minutos y la carrera de olfatear se concentra al paso de los diferentes pisos.  Podría ser Carmen la del séptimo, se levanta temprano y a estas horas lleva a sus hijos al colegio; seguro que vuelve para apurar el resto de su cafetera. Manuel el del sexto trabaja en casa, es informático, pero no me lo imagino trajinando en la cocina, es más de bajar a la cafetería de

Cuentos de andar por casa: El soldado Martínez

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Conocí al soldado Martínez en la primera fase de la instrucción. De los primeros en llegar. Puntual. Confundido, ajeno a aquella experiencia que le había arrancado de su pueblo por primera vez. Saludó con un tímido movimiento de cabeza que correspondí sin demasiada trascendencia y me dije: «Dios mío, a este le falta poco para cagarse en los pantalones». De mediana estatura, fibroso, tostado de brazos y cuello por el sol del mediodía, debió de intuir en mi gesto algo más que un saludo cortés e, instintivamente, se refugió en mi entorno espacial reclamando desde el fondo de sus ojos azules un pacto clandestino de ayuda y protección. En esos momentos, el soldado Martínez no era dueño de nada y sin embargo dejaba traslucir una ternura de gran intensidad. Su falta de experiencia la compensaba con la belleza y obviedad del hombre que ha aprendido a vivir con el trigo, las viñas y los animales. Era así, sin proponérselo, pero yo sentí la necesidad de descubrirlo y apadrinar esa indef

Cuentos de andar por casa: ¡Bragas a cuatro euros!

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¡Bragas a cuatro euros! La curva, después de pasar la Gasolinera, siempre le sorprendía; no se acostumbraba a reducir la velocidad, la visibilidad era buena, sin embargo el peralte, por una extraña razón inclinaba el asfalto en contra de los confiados automovilistas. No le gustaba conducir, pero ahora no tenía elección; solía hacerlo de madrugada, acompañada pero más sola que nunca. Además tenía que recordar cúal era el destino en ese sábado de diciembre. Cada día un mercado diferente, en un pueblo diferente, pero el mismo tipo de gente de siempre. Cristina era bonaerense, vino a Valencia de joven y enamoró a Pepe, el batería de un grupo de Rock llamado Los Escorpiones. Estos viajes al mercado no tenían nada que ver con aquellos de los conciertos por la Comunidad Valenciana. Después de un largo pero cómodo viaje hasta el pueblo de turno descansaba en primera fila o en una mesa cerca del escenario tomando alguna copa, mientras su amor aporreaba las baquetas sobre la tersa