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A fuego lento. Casa Terete. Haro

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Casa Terete. Haro (La Rioja) 135 años después, la cuarta generación de los “Terete” mantiene viva la esencia de la cocina familiar que tan famosa les ha hecho. Asar corderos es un arte para esta familia de Haro.  El restaurante,  al que antes se accedía  a través de la carnicería ofrece una carne joven, tierna, asada en el horno de leña sin más secreto que una buena dosis de mucho cariño. En mercado: (4 personas) 2 Cuartos de cordero lechal Manteca de cerdo, Agua, Sal Majado con: 3 Ajos Una pizca de sal gorda 1 Poco de vinagre En Cocina: Untamos la piel con un poco de manteca y sazonamos, buscamos es que la piel se haga “costra”. En cazuela de barro ovalada, añadimos un vaso grande de agua. Precalentamos previamente y al horno a 180º durante aproximadamente hora y media A mitad del asado preparamos el majado de mortero, le damos la vuelta a la carne y hechamos un poco de caldo del propio asado en el mortero, removemos

Alfombras que cuentan sueños.

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Las alfombras y los cuentos ya existían por separado. De la mano de Per Arnoldi, el hombre también alimenta su imaginación con la pintura, que nos explica, confunde y sazona nuestra realidad con una colección de cuentos, unos nuevos y otros diferentes. Consagrados de la pintura, firman fantasías para leer mirando al suelo, ocupándolas con la complicidad del niño que descalzo se pasea por el cálido pelo del país de Nunca Jamás. Asger Jorn Kazimir Malevich Kurt Schwitter Paul Klee Per Arnoldi Preben Hornung Rene Magritte Richard Mortensen Salvador Dalí Takashi Naraha Wassily Kandisky Robert Jacobsen Jems Birkemose

10 años sin Eduardo Chillida

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En un extremo de la bahía donostiarra, a los pies del Monte Igeldo , instaló en 1977 Eduardo Chillida su obra preferida, el Peine del Viento , con tres espectaculares piezas de acero aferradas a las rocas y rodeadas del mar, ejemplo único de armonía entre arte y paisaje. "El mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado" , bromeaba al contemplar cómo el viento sur levanta, ondula y riza la cresta espumosa de las olas que rompen impetuosas contra las rocas. He visto niños y adultos jugando, acariciando y admirando sus hierros, aprendiendo de ellos a adivinar el alma de las cosas y disfrutando de sus formas y texturas, yo mismo me acerco a ellos siempre que viajo a San Sebastián y los toco, los miro, detengo la mirada en el horizonte donostiarra a través de sus densos y descriptivos vacíos.