Este jueves, relato. La Máquina del Tiempo.
Tic, tac… tic, tac… tic, tac... El corazón de la máquina del tiempo late acompasadamente. Un ritmo tan preciso como insolente e inquietante. En el corredor de la muerte los relojes son la vida para sus inquilinos. Una vida concreta, limitada, pero sincera, con las expectativas claras de un futuro determinado. Un final, una hora, un minuto, un segundo… y se acabó. Una vez, alguien se burló del inexorable y calculado tiempo y en el último latido vio la luz, y el corazón de la máquina empezó con un tiempo nuevo, abstracto e indeterminado, no lo recuerdo bien, tal vez… sólo sucedió en la ficción. La escena quedó aprisionada en tiempo y lugar. Años después todavía veo en aquella pantalla de estuco blanco las figuras en blanco y negro, llorando de desesperación primero, y de alegría después. ¿Ha pasado realmente el tiempo…? Para mí sí, a veces lento, a veces atropellado, pero pasa. Pero en esa pared de aquel cine de verano, las penas y las alegrías siguen quietas en sus des