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Este jueves, relato: Jueves olímpico

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Bolt se mantiene erguido, apoya la planta de sus Nike en la superficie porosa marcando sobre la arena rojiza la evidencia en la búsqueda de una mejor posición. Hunde la punta de su zapatilla para lanzarse en el primer salto. Espera concentrado el disparo que anuncia la salida. Su cuerpo proyecta a través de su sombra, ligeros y oscilantes movimientos hasta encajar ambas figuras en un todo absolutamente controlado. Su sombra y él son uno, juntos, a volar hacia la gloria. Pauta su respiración hasta memorizar los latidos. Siente el ritmo de sus pulsaciones y sueña; es lo único que reclama su atención: 135, 140, 145... golpean secuencialmente en el fondo de su pecho. Su habitual silueta, se desvirtuaba perfilando en su perímetro corporal las alteraciones propias de un tono muscular en alerta, especialmente los gemelos que presionaban sobre su piel en un intento de escapar hacia adelante. Un sudor helado le corre por la frente cuando ve por el rabillo del ojo, levantar el

Este jueves, relato: Miedos infantiles.

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Está arriba del armario. Se asoma detrás de una vieja maleta de esas de cartón-tela con rayas marrones.  Es grande, feo, gris, oscuro..., muy oscuro. Se confunde con la negrura de la noche y su sombra se pasea acompañando el reflejo que, cada vez que pasa un coche por la calle, su destello ilumina la pared frontal. Tiene que ser malo, con esa pinta y escondido, no augura nada bueno. Desaparece cuando enciendo la luz, obvio, no quiere delatarse. Eso me obliga a dormir, cada noche y desde niño, con la luz encendida. Sigue allí en lo alto, escondido tras la maleta. Lo adivino, lo intuyo. A oscuras, situación que trato de evitar a toda costa, huele a rancio, a viejo, a podrido. Hoy con 68 años sigo durmiendo con la luz encendida, porque cuando la apago su sombra sale de detrás de la vieja maleta y su olor es insoportable. Más de miedos infantiles en el Blog de Charo

Este jueves, relato: Génesis de un personaje.

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Richard no había nacido. No había nacido, para figurar en el cuadro de honor con el que la Academia de Sabios Mundial, premia la labor de los pensadores más influyentes del siglo. Richard era tan sólo una sombra de sí mismo. Un proyecto inacabado. Una promesa en ciernes. Un cuerpo perdido en su mediocridad más próxima. Un alma sin mancha, dispuesta, sin quererlo, a enturbiarse con la primera basura que se le cruzase por ese recién iniciado camino. Nunca era el momento para modelar su génesis. Y así fueron pasando los años. Gris, impersonal, intranscendente, desapercibido, irrelevante, oscuro hasta no existir.                Richard no había nacido para los demás. Su historia estaba por escribir. Yo la conocía y su segunda parte, la de su vida con luz, que en este caso sí sería extraordinaria, estaba llena de títulos, méritos, reconocimientos, glorias… todo un prócer de referencia. Yo venía del futuro y conocía esa segunda parte. Envidiable. Codiciada. Excitante. Pero sólo y